Facebook, sus cuentas y los grandes parques de atracciones virtuales

20 AGO 2020  20:50

knob2001

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Facebook, sus cuentas y los grandes parques de atracciones virtuales

Dime quién eres y te haré una oferta para ser quién te dejemos que seas.

Los mundos de Yupi

Atravesaba la M-513 en dirección a mi casa desde el trabajo cuando recordé que no había llamado a mi mujer para avisarle que llegaba tarde a comer. Nuestro Honda, una máquina japonesa perfectamente engrasada, permitía interactuar con el sistema de teléfono mediante un algoritmo standalone hoy en día casi obsoleto: el contacto había que haberlo grabado previamente por voz porque hacía doce años la marca no había integrado la bidireccionalidad entre el teléfono y el coche, rompiendo de esa manera el enlace con los sistemas ubicuos de procesado en la nube. Aunque ahora suene a broma, el coche necesitaba una muestra sintetizada local para comparar la nueva.

 

Pues bien, si no hubiera sido yo quién hubiera programado aquel listín telefónico verbal, nadie -salvo quizás ese mono famoso de poder escribir Hamlet algún día- podría haber llegado a desencriptar que el sistema inteligente de control por voz había asignado el contacto de mi mujer al esotérico pero a la vez muy razonado nombre de "Darlincita" (cosas de atravesar Irlanda, ella con un libro de poesía de Yates en el regazo y yo disfrutando del verde prado de la costa).

 

Haciendo uso de la técnica, el coche ordenó a mi teléfono que llamara a ese link llamado "Darlincita" insistentemente, pero ella llamada tras llamada, ella no respondió. En marcha, y con la intención de seguir avisando de mi tardanza, tocaba intentarlo con mi hijo. Abrí la boca, me quedé mudo un rato y luego la cerré indeciso. ¿Qué nombre se había puesto el peque aquella tarde en que programamos juntos el sistema? ¿SniPer? ¿Luxury2007? Ni idea. Tras cuatro intentos diferentes, y con la imposibilidad de mirar el móvil guardado en la mochila junto al asiento trasero, dejé por imposible la tarea y me inventé una excusa plausible para cuando llegara a casa.

 

Algunas horas -y disculpas- más tarde, tenía que ocuparme de una conversación por Skype. La otra persona me envió su dirección de contacto: un entramado medio nick, medio numérico y al que tardé un buen rato en encontrarle cierto sentido. Recordando el momento del coche de aquella mañana y contemplando hoy mi lista de direcciones de Skype más parecido a un rotor de una máquina enigma que a una guía de teléfonos al uso, la noticia de que Oculus -puerta de entrada a los mundos metavérsicos de Facebook- obligaría a todos sus usuarios virtuales a utilizar una dirección completa de su red social y autoritariamente comprobada para mitigar los fraudes de suplantación de identidad, noté que poco a poco me iba haciendo más grande, más adulto, y que eso propiciaba que pudiera alargar el cuello para ver más allá de esa pared de cartón-piedra que parecía sostener nuestros universos extendidos. Una vez más, todo se hacía demasiado real y muy poco virtual.

 

Facebook, Apple, Amazon, Google y cía. mientras construyen nuestros mundos virtuales.

 

Si los mundos alternativos simulan realidades diferentes, improbables, lejanas o imposibles, nosotros, como usuarios, también queremos ser diferentes, improbables, lejanos o imposibles. Nuestro exterior virtual no es nuestro interior real. Vale todo donde todo vale. Esa fue la premisa que llega desde la literatura hasta la realidad virtual y a la que todos nos encomendamos cuando pusimos nuestro primer pie en estos universos inventados. ¿Qué magia tan pobre escondería seguir siendo uno mismo? Sin embargo, justo allí, en el lugar donde el metaverso se enfrenta a la realidad, en ese límite donde ambos extremos están obligados a mirarse, es donde se le ven las costuras a esa matriz de sueños y experiencias y más se empieza a parecer todo al backstage sucio, medio destartalado y cruel que es lo que ocurre detrás de un parque de atracciones. Solo hace falta asomarse un poco al precipicio de negocio, nada más, para ver los camiones de la basura con los restos de los refrescos pisoteados, los electricistas arreglando paneles de cables roídos, a Peter Pan fumando un pitillo entre turnos o a Mickey con ojeras después de pasar ocho horas entre niños y bajo un sol de justicia.

 

¿De qué están hechos los sueños virtuales? Facebook, como bien dice Robert Scoble en una entrada del blog New World Notes -y como muchos de vosotros habéis expresado en esta comunidad alguna vez- vive del usuario. Está demostrado hasta lo infinito que el color azulado de la camiseta veraniega de Ralph Lauren es azulada con una línea blanca porque el Big Data dice que tiene que ser ese azulado y esa línea blanca exacta. Facebook, Google o Amazon son la recursividad divina, quien nos dice lo que queremos porque nosotros -como masa uniforme y promediada- le decimos lo que nos gusta y entonces el loop se vuelve gigante cuando dejamos de hablar de camisetas o zapatillas de deporte y empezamos a hablar de política y sueldos. Pero Valve no. Pimax no. Ni HTC. Ni Varjo. Ni HP. Todos estos últimos viven de vendernos otras cosas materiales. Cacharros. Videojuegos. Artilugios. Estilo. Diferencia. Lo que sea que puedas señalar o sentir. ¿Pero cuánto valen nuestras opiniones? ¿Cuánto valen nuestros gustos? ¿Nuestras razones? Busca entre los 450€ de un Oculus Quest y los 1350€ de un HTC VIVE PRO, o entre los 450€ de un Rift-S y los 699€ de un Reverb G2. Entre los envíos gratuitos de Amazon y los 5,99€ de una librería de barrio. Entre un mail gratuito de Google con 50Gb 24/7 y Excel, Docs y calendarios frente a un servicio de pago con muchísimas menos "Features". Luego explica cuál has escogido. Pero no tú, como individuo solitario con su moral, su ética y sus principios sociales, sino tú como esa masa de datos, que es la importante para el negocio.

 

Pero Robert va un poco más allá y alimenta el debate sobre esa bestia llamada gafas XR jugando también a ese deporte sobre el que llevamos un par de años girando como peonzas cluecas aquí en ROV. ¿Cuánto costará el posible visor XR de Apple? ¿500€? Y si necesitara de un cerebro externo, ¿entenderá el público que el precio final sería de Gafas + iPhone para un total de casi 1.600€? ¿o todos veremos -con la venda del marketing en los ojos- que son solamente el precio de las gafas (500€) el que habría que tener en cuenta? ¿Y si como todo apunta, Facebook - quien no tiene teléfono en su catálogo de chismes- se ve forzada a incluir en sus gafas todo aquello que Apple lleva una década instalando en sus terminales de gama alta? ¿A qué precio podrían compararse? Es muy sabido en el mundillo del marketing que los usuarios somos medio gilipollas. Si Apple saca sus gafas a 500€ pero obligando a la compra añadida de un iPhone 13, y Facebook saca las suyas a 1500€ sin necesidad de teléfono, todos diremos ¡Facebook está fuera del mercado! y nos lanzaremos como posesos a las gafas con forma de manzana que a la postre nos costarán igual o más que las de Zuck.

 

Deambulando por esos pasillos oscuros y grises que nunca vemos de los parques de atracciones virtuales, entendemos entonces que la única manera de hacer un negocio equiparable al que ellos (Facebook, Apple, Google, Amazon y cía) tienen en mente, es a través del cuerpo de usuarios (Big Data) y no del usuario en sí (Canje). Facebook tiene que vender unas gafas baratas para que la gente las compre al mismo precio -si no menor- que las de Apple. Y para ello, para que la publicidad funcione, para que todo el entramado de su base datacional funcione y puedan sufragar los costes, tiene que saber con quién se la está jugando para poder monetizarlo. Ni "Darlincitas", ni "sniPers", ni gonzo364, sino Joaquín Delgado, estudiante de cuarto en derecho, amigo íntimo de María Gutierrez, a quien le encanta el fútbol por la tarde, el verde pistacho, escuchar a eskorbuto con una Mahou en la mano y quien lo deja todo por una buena partida al Mario Kart en su tele Samsung

 

 

¿Cuál sería la moraleja barata de este sistema ordenado por nombres y apellidos, DNIs, Pasaportes y grupos sanguíneos que nos van a vender? Que a nadie le pase lo que me pasó a mí en el coche volviendo del trabajo. Que a tu mujer no se la llama por un nick. Que a tu hijo tampoco. Si las guías blancas de cuando éramos pequeños tenían la capacidad de encontrar a "Sarah Connor" en la serranía de Cuenca o en lo más profundo del Pirineo aragonés, tu identificador de Facebook te permitirá encontrar en el mundo virtual a ese chaval con el que te cruzaste medio octavo de EGB y del que nunca más volviste a saber nada, o jugar a dos primos por primera vez después de comprarse -ambos- unos visores virtuales o extendidos. Sí, podrás deslizar una opción para hacerte invisible a los demás (pero nunca al sistema). Quizás se antoja demasiada fachada para un mundo feliz cuya ética se desmorona en cuanto hablamos del esqueleto de negocio.

 

Porque rovianos, por alguna razón, los habitantes del multiverso nos creímos que este gran parque lúdico repleto de servidores de colores, de tecnología último modelo que de tan cerca de la piel poco falta para que sea sub-cutánea, lo íbamos a pagar a "toca-teja" con 450€, como las entradas a un espectáculo que empieza y termina cuando acaba la música. 20€ por juego. O 40€. Peor. Incluso pensábamos que los sistemas "Eye tracking" iban solamente a mejorar nuestra experiencia virtual general. Mucho peor. Que las inversiones millonarias de grupos internacionales, conglomerados bursátiles y business angels caían por su amor compartido por los Mundos Aumentados. Si hay un mundo en particular en el que muchos se creen vivir, son aquellos Mundos de Yupi, donde uno era tan pequeño e inocente que nunca llegaba a saltar por la pared de ladrillo del fondo y siempre soñaba que un muñeco de dos metros en realidad no era la actriz Consuelo Molina pasándolas canutas dentro de ese traje de goma naranja, ni que más allá del set de rodaje trabajaban cuarenta técnicos con sus cuarenta sueldos y cuarenta nombres y apellidos. Ni que las cadenas nos meterían anuncios de juguetes para nosotros, o de coches a nuestros padres. Nos lo dicen a diario aunque algunos sigan sin oírlo: dadme todo lo que sois para que os ofertemos ser quienes creéis ser, ya sea en la realidad o en los estupendos mundos de yupi, perdón, los mundos aumentados.

 

Que viva la fiesta virtual (pero sin saber quién la paga, por favor).