Los otros juegos de nuestra Realidad Virtual

28 JUN 2016  12:05

knob2001

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Los otros juegos de nuestra Realidad Virtual

Parafraseando a un hipotético personaje de Tarantino: "Colega, nunca te fíes de un hombre que no haya estampado su joystick contra el suelo después de morir, por enésima vez, en el mismo puñetero nivel."

 

William Trogdon tiene algo que contarte

El mundo cambiará solo cuando los que lleguen al poder hayan sido jugadores de videojuegos en alguna de las etapas de su vida. O dicho de otro modo, y parafraseando a un hipotético personaje de Tarantino:" Colega, nunca te fíes de un hombre que no haya estampado su joystick contra el suelo después de morir, por enésima vez, en el mismo puñetero nivel."

 

William Trogdon era un tipo taciturno. Impartía clases en un colegio de barrio a las afueras de Columbia, Missouri, y vivía felizmente casado con la misma mujer que conoció en la universidad. Como no podía ser de otra manera (la gente normal no aparece en las historias a no ser que algo malo esté a punto de ocurrirles) el mismo día que a William le largaron de su trabajo, su mujer también decidió pegarle la patada. Joder, William, ya no se respeta nada, ¿verdad? Lejos de buscar el puente más alto y probar suerte con la reencarnación -como hubiéramos hecho muchos de los aquí presentes- William se metió en su coche y quemó ruedas durante más de trece mil millas de carreteras secundarias. Entre cabreos, gasolineras y sendos pinchazos, este hombre escribió un bestseller sobre la cultura americana, se cambió el nombre a William Least Heat-Moon (es de suponer que el peyote era de temporada), y en medio de una noche de insomnio, allende las carreteras infinitas de vete-tú-a-saber-dónde-coño-estamos-William, se hizo la misma pregunta que me he venido haciendo desde que me golpeó la crisis de los cuarenta: ¿A cuantas personas llegarás a conocer en el transcurso de tu vida*? William hizo un cálculo. Luego se tomó cuatro cervezas y al fulano que le invitó a la quinta le respondió: 99.999 personas -dijo tras saborear el lúpulo amargo de la espuma. Luego continuó entrecerrando sus ojos desgastados- Serían 100.000, ¿sabe usted? pero es que a la furcia de mi exmujer no la cuento. Y ya que hablamos de contar, ¿le he contado alguna vez que...? Sí, William. Todos sabemos lo de tu ex mujer.

 

William al encuentro de Kerouac

William se lanza a la búsqueda del Kerouac virtual 

Mientras los tiestos de mi vecina sigan cayendo al patio cuando me encuentro en el trabajo y el del BMW siga respetando el paso de cebra cada vez que cruzo al perro de acera, llegará el día en que habré conocido–como tú, como todos los Williams de este mundo-al menos a cien mil personas. Para llevarlo al tema que nos preocupa: ¿Cuántos de ellos habrán sido jugadores de videojuegos desde su infancia? ¿Cuántos de ellos tendrán unas gafas de Realidad Virtual? ¿Cuántos habrán leído Ciencia Ficción, Fantasía o tendrán la colección entera del Spiderman de Straczynski? La pregunta viene al caso porque de un tiempo a esta parte vengo comprobando que, por desgracia, nuestra generación no es la generación que yo creía que íbamos a ser.

 

En mi bloque fuimos muy pocos los afortunados en tener un Spectrum. Luego llegaron las comuniones, los relojes calculadora y los Commodore 64 afloraron igual que mi alergia al pólen. Antes de que me diera tiempo a terminar el primer capítulo del manual de Basic, la Nintendo ya estaba a tiro de piedra en el Galerías Preciados de la esquina, así que mientras mis padres hacían uso y disfrute del aire acondicionado en la planta de ropa para adultos, yo corría maratones con un fontanero a quien el gremio de reptiles quelonios había puesto precio a su cabeza. Desde entonces ha sido un no parar. Como William por sus carreteras secundarias, he quemado pilas jugando a cuanto he podido. En consola o en PC, en las máquinas recreativas y en las maquinitas portátiles de Game&Watch, conectado a internet o con la lupa y una linterna sobre la GameBoy a las dos de la mañana. Soy, como diría Joe Pesci, uno de los nuestros

 El USB de la época.

El USB de nuestra época. Cabían programas, canciones de AC/DC y se rebobinaban con un boli BIC

Dicho esto. Hace unos días que mi mujer y yo fuimos a la función de nuestro hijo en el colegio. Hartos ya de que ninguno de estos pequeños cretinos se aprendieran el texto de la obra, este año los profesores decidieron que los enanos hicieran de Mimo. No les culpo. El caso es que después de la presentación, las luces del salón de actos se apagaron para de ese modo crear la cuarta pared y que a los niños no se les fuera el santo al cielo al ver a sus padres babeando frente a ellos. Pues bien. Puedo atestiguar que pese a las luces apagadas, había más luz en las gradas que en el escenario. Parecía una distopía más propia de Philip K. Dick que la sala de un inocente colegio. A mi izquierda y a mi derecha se atestaban cientos de teléfonos móviles, cámaras, focos... pardiez, había tantas imágenes desde tantos ángulos distintos que si pudiera juntar todas ellas saldría la primera función de primaria del mundo rodada en fotogrametría

 

Esto viene al caso de una conversación que mantuve con los padres a las puertas del colegio. En ella hablábamos del tiempo que nuestros hijos pasaban con las tablets, con los teléfonos y en general, “jugando” frente a una pantalla. Todos éramos de la misma generación, año arriba, año abajo. ¿Cuántos diríais que entendieron un chiste que hice sobre Clash of Clans? ¿Cuántos padres diríais que me miraron muy extrañados cuando dije que no me importaba que mi hijo jugara desde tan pronta edad porque yo a su edad también jugaba? ¿Cuántos niños de 9 años juegan a los videojuegos en sus ratos libres? Para mi sorpresa, muchos menos de los que pensáis. Hablando con “adultos” me di cuenta de que el adulto juega, pero no juega a las consolas. Mucho menos al PC. Todos ellos tienen móviles de 600€ que usan para enviarse fotos del negro del whatsapp, jugar al Candy Crash o gilipolleces por el estilo porque en el mundo de los adultos el juego es algo casual. Y por extensión, los valores que transmiten a sus hijos son los mismos valores que transmitieron mis abuelos a mis padres: Lee y serás un hombre de provecho. Juega y serás un vago y un maleante

Y así llegamos al mundo virtual... en la página 2.

 

*Entiéndase como 'conocido' alguien con quién has entablado una mínima conversación inteligente. Insultar al de enfrente en un atasco no vale más que para que te partan la cara.