Soy un Rock 'n' Troll virtual

21 JUN 2016  11:43

knob2001

14

Soy un Rock 'n' Troll virtual

Si la vida actual se pareciera a los galeones piratas que navegaban las últimas olas del siglo XVIII, a los marineros de más bajo rango nos habrían salido callos de abrillantar -con aceite hirviendo de tiburón- la plancha por donde estos deslenguados héroes anónimos se enfrentaban a su muerte bajo una quilla afilada.

Diógenes o la necesidad vital de tocar los huevos

Troll, troll, troll, en mi foro hay un troll....
quince topics muertos, sobre un cofre viejo...
troll, troll, troll, en mi foro hay un troll...
(Famosa canción pirata jamaicana)

 

Si la vida actual se pareciera a los galeones piratas que navegaban las últimas olas del siglo XVIII, a los marineros de más bajo rango nos habrían salido callos de abrillantar -con aceite hirviendo de tiburón- la plancha por donde estos deslenguados héroes anónimos se enfrentaban a su muerte bajo una quilla afilada.

 

Llevar la contraría es un derecho de la naturaleza y por ende, lo ejercemos con total naturalidad. Estoy seguro de no haber llorado más que cuando mis padres se quedaban dormidos junto a mi cuna y pondría la mano en el fuego de no haber dormido mejor que cuando mi abnegada madre leía una revista, a las cinco de la mañana, completamente desvelada por mis berreos anteriores. Nuestro ADN es enrevesado. Parece que está retorcido a propósito –el de alguno más que el de otros, eso sí- ¿cómo si no se puede explicar que disfrutemos tanto haciendo el mal a propósito? Y ojo, que la cosa no cambia al crecer. Al revés. Con el tiempo vamos aprendiendo a ser maestros del más fino troleo con la gente que nos rodea. Guybrush Threepwood, famoso aspirante a tocarle las narices a cualquiera que se cruzara por su camino, lo elevó a la escala de arte con una espada en la mano:

 

- ¡Una vez tuve un perro más listo que tu! – decía el pirata calvo con un anillo colgando de su oreja.

 

- Te habrá enseñado todo lo que sabes. – respondía Guybrush con ese aire tocahuevos con los que se paseaba libremente por toda la isla.

 

El troleo como tal no nació en Internet. Se escapa mucho de este artículo destilar la escencia de esos pirómanos de las ideas ya que para tal caso existen infinidad de estudios psicológicos y logias de druidas (creo que incluso el acelerador de partículas del CERN cede un poco de su tiempo) para dar con el átomo de la discordia. Lo que sí es cierto es que uno NO decide hacer de Troll, decide SER un Troll. Y la historia nos lo ha demostrado con infinidad de ejemplos. 

 

Ser un bocachanclas viene de lejos, en tiempo y en kilómetros. El primer gran personaje sobre el cual sentarse encima –como diría mi abuela-, data del siglo 412 Antes de Cristo. Ahí es nada. Se llamaba Diógenes de Sinope y no contento con encender la discordia en su ciudad natal, Diógenes la extendió por cada esquina de la comarca hasta llegar a poner a prueba la paciencia de todo Atenas. Platón le llamaba el ‘Sócrates delirante’ porque Platón era un hombre refinado, pero a saber las barbaridades que decían de él en los Off-topic de la época. Cuentan los escritos que Diógenes se paseaba por las noches con una especie de candil entre las manos y cuando la gente le preguntaba qué narices hacía paseando por allí a esas horas intempestivas, él respondía que “estaba buscando a un hombre honesto”. Si decías que tú lo eras, Diógenes te reventaba la cabeza de un palazo. Para la época, un troleo de lo más respetable. Quizás la anécdota más famosa se produjo cuando Alejandro Magno se lo encontró tirado en el suelo tras el enésimo asedio a una ciudad cercana. A la pregunta de “¿Qué puedo hacer por ti?” El viejo artista respondió “De momento apartarte a la derecha, que me estás tapando el sol”. Nadie como Diógenes para crear un buen ambiente de trabajo.

 

 Nunca crucéis los posts!

¡No cruceis las moderaciones o el universo forótico se colapsará!

 

Los años pasaron y los troles florecieron al albor de la civilización. En los comienzos del siglo XX, miles de años después de que alguien le soltara una merecida colleja a Diógenes, (antes, al pocasluces no se la baneaba, se le daba cicuta y a correr) y gracias a la industrialización, la ciencia se había convertido en el fútbol de hoy en día. La gente hablaba de los avances tecnológicos hasta en la cola de los baños públicos. Corría 1903 y Edison electrocutaba perros con la sana intención de mancillar la corriente alterna de aquel croata de traje negro que no paraba de hacer juegos eléctricos con bobinas, rayos e imanes. El siglo acaba de nacer y en las sombras de un barrio de Londres, se estaba gestando el mayor troleo científico cometido hasta la fecha sobre la faz de la tierra. Guillermo Marconi, un emigrante italiano, le había “pedido prestado” a Nikola Tesla sus 17 patentes sobre la emisión sin hilos de señales eléctricas. Tenía el firme propósito de enviar el sonido de la letra S desde lo alto de un acantilado situado en la estación de Poldhu, Cornwall, hasta un laboratorio emplazado en el mismo centro de la capital británica. La muchedumbre se atestaba sobre la hierba fresca de la costa alargando los cuellos bajo sus sombreros oscuros, todos a punto de salir volando por culpa de un viento huracanado. Frente a ellos, la estación radiofónica zumbaba como un panal de abejas en celo.

 

Qué pedazo de troleo, señor.

Yo de mayor quiero ser Nevil Maskelyne

Si Marconi -apostado en el acantilado y más tieso que su antena- se secaba las manos hinchado de orgullo, en la otra punta de Londres, el físico John Ambrose Fleming, encarando a otro nutrido grupo de espectadores impacientes, esperaba que su jefe italiano cerrara el circuito y los altavoces emitieran la esperada S mayúscula. Para su sorpresa, un continuo pulsar, unas interferencias distanciadas por silencios, resonaban sin cesar por el laboratorio. Y lo que era peor, provenían del receptor de radio ideado por Marconi. Qué perra es la vida, balbuceaba Flemming contrariado. “Basta que invites a alguien para enseñarle algo, para que el cacharro deje de funcionar”. Al cabo de unos minutos, uno de los allí presentes levantó su mano nervioso. Los pulsos y silencios se parecían sospechosamente a las señales morse que había estudiado en la marina. De hecho, repetían con claridad una palabra. “Ratas”. <Ratas. Ratas. Ratas> cada pocos segundos. ¿Qué brujería era esa? Lo que nadie se podía imaginar era que a escasos metros de allí, un pedazo de troll –y me quito el sombrero, señores- llamado Nevil Maskelyne, vulgar mago de la escena londinense -y como aspirante también a inventor de la radio un tanto mosca por los avances del científico italiano-, se las había apañado para construir, él mismo, una pequeña estación emisora que interfiriera la señal de Marconi el mismo día de la inauguración del invento. Para más INRI, Nevil se permitió el lujo de insultar al oyente mediante párrafos de Shakespeare. A eso le llamo yo tener clase.

 

(El troleo sigue en la página 2... agárrense los machos)